Buenos días compañeros del curso de Material didáctico, con la Mtra. Leidy Hernández, diciembre 2011. Comparto con ustedes el blog que desde hace varios años di de alta para dar a conocer mis escritos y llevar a cabo comunicación con mis alumnos en distintas áreas. Saludos y espero que lo disfruten.
Libertad, Pensamiento, Identidad
cristina.marroquin@uabc.edu.mx
Monday, December 19, 2011
Monday, July 04, 2011
Recibir el conocimiento.
Pienso que recibir es intrínseco a sí: el recibir se recibe en sus propios términos – y para la paz ideal, parecería imposible.
Debemos sensibilizarnos a recibir, estar dispuestos, anotó Benjamin S. Bloom en su Taxonomía: cada vez que recibimos un conocimiento, ya está siempre una base de aprendizajes activos – se congregan en mí para disponerse a recibir.
Mas el conocimiento es de cuantías inimaginables. A veces, todo comienza de nuevo. Por ejemplo, supondré no sin cautela, el morir de mi amigo. Ello lo he de recibir – mi preparación es destruida cuando ya recibo -sin poder realmente- el conocimiento y la verdad de esta muerte. La vi venir, pero no como ahora mi pensamiento se hace carne y sangre, y una plétora de sustracciones en mi vida misma, conociendo lo que conozco ahora. Creí verlo venir – no fue así.
El conocimiento, el aprendizaje significativo, es tan fuerte y tan grave como este ejemplo en el límite. Me ahuyento de que llegará, de que viene, de que he de recibirlo – mi precomprensión es, sin embargo, precaria. No se ve venir el conocimiento, es invisible el significado; y las consecuencias de aprenderlos, promete ser, y es, una ola de fuego que rompe contra mí.
Mi condición es humana, he de aprender. Cuántos pliegues de indetección reptan en esta verdad. Cómo habré de girar, cuando mis costumbres cognitivas, la singular organización de cada mente, reciba la contradicción dolorosa, aquél llamado de la realidad, que nunca logra estar. Cantidades de disonancias padecerá mi peculiar psicología, una reforma anímica sin tregua, agresiva. ¿Seré capaz de reconocer lo benéfico de haber recibido, de golpe, o de un cielo vacío, esta nueva verdad? ¿Es así como he de recibir esto? He de atender a ello, respondería Bloom. Mas no puedo atender a ello, si soy yo la que ha recibido el conocimiento – debo sanar mis heridas.
La contradicción la acepto, porque no espera a ser recibida de manera dispuesta. Podría ser que me quitó todo, este conocimiento, esta insospechada verdad. Casi muero, pero la reconozco, por dura obligación, y el esfuerzo de la alegría. El tiempo me apoya, pues quizá, con trabajo, comprenderé lo que es conocer este conocimiento. Mientras, ¿recibiré reconocimiento de aquello que tan bruscamente recibí, esta filosa verdad que apenas comienzo, y para siempre comenzaré, a comprender? Recibir el conocimiento no tiene prevaloración, pues no se conoce ideal y esquemáticamente lo que conocer es, cada vez que conozco, y con aplomo, recibo lo que es y será la sabiduría.
Sabiduría me dice que, al recibir el conocimiento, aprendo a recibirme yo, recibiendo. ¿Qué significa esto? Recibo el conocer, y así recibo mi yo o mi sujeto, cada vez de nuevo, cada vez reconocido por recibir. Pues cada vez recibo yo un aprendizaje sobre qué es conocer – una educación dura. Y si así es el corazón del recibir, entonces quizá he de significarme yo, tentativamente, y recibirme: significaré, uniré, este hilo secreto que soy, que muestra su mano y actúa para tratar de recibir cada verdad que me es dada, en cada recibir.
Debemos sensibilizarnos a recibir, estar dispuestos, anotó Benjamin S. Bloom en su Taxonomía: cada vez que recibimos un conocimiento, ya está siempre una base de aprendizajes activos – se congregan en mí para disponerse a recibir.
Mas el conocimiento es de cuantías inimaginables. A veces, todo comienza de nuevo. Por ejemplo, supondré no sin cautela, el morir de mi amigo. Ello lo he de recibir – mi preparación es destruida cuando ya recibo -sin poder realmente- el conocimiento y la verdad de esta muerte. La vi venir, pero no como ahora mi pensamiento se hace carne y sangre, y una plétora de sustracciones en mi vida misma, conociendo lo que conozco ahora. Creí verlo venir – no fue así.
El conocimiento, el aprendizaje significativo, es tan fuerte y tan grave como este ejemplo en el límite. Me ahuyento de que llegará, de que viene, de que he de recibirlo – mi precomprensión es, sin embargo, precaria. No se ve venir el conocimiento, es invisible el significado; y las consecuencias de aprenderlos, promete ser, y es, una ola de fuego que rompe contra mí.
Mi condición es humana, he de aprender. Cuántos pliegues de indetección reptan en esta verdad. Cómo habré de girar, cuando mis costumbres cognitivas, la singular organización de cada mente, reciba la contradicción dolorosa, aquél llamado de la realidad, que nunca logra estar. Cantidades de disonancias padecerá mi peculiar psicología, una reforma anímica sin tregua, agresiva. ¿Seré capaz de reconocer lo benéfico de haber recibido, de golpe, o de un cielo vacío, esta nueva verdad? ¿Es así como he de recibir esto? He de atender a ello, respondería Bloom. Mas no puedo atender a ello, si soy yo la que ha recibido el conocimiento – debo sanar mis heridas.
La contradicción la acepto, porque no espera a ser recibida de manera dispuesta. Podría ser que me quitó todo, este conocimiento, esta insospechada verdad. Casi muero, pero la reconozco, por dura obligación, y el esfuerzo de la alegría. El tiempo me apoya, pues quizá, con trabajo, comprenderé lo que es conocer este conocimiento. Mientras, ¿recibiré reconocimiento de aquello que tan bruscamente recibí, esta filosa verdad que apenas comienzo, y para siempre comenzaré, a comprender? Recibir el conocimiento no tiene prevaloración, pues no se conoce ideal y esquemáticamente lo que conocer es, cada vez que conozco, y con aplomo, recibo lo que es y será la sabiduría.
Sabiduría me dice que, al recibir el conocimiento, aprendo a recibirme yo, recibiendo. ¿Qué significa esto? Recibo el conocer, y así recibo mi yo o mi sujeto, cada vez de nuevo, cada vez reconocido por recibir. Pues cada vez recibo yo un aprendizaje sobre qué es conocer – una educación dura. Y si así es el corazón del recibir, entonces quizá he de significarme yo, tentativamente, y recibirme: significaré, uniré, este hilo secreto que soy, que muestra su mano y actúa para tratar de recibir cada verdad que me es dada, en cada recibir.
Saturday, April 16, 2011
Qué es el ser: onto-teología y judeo-cristianismo.
El pensamiento y las teorías sobre el ser – las ontologías – han sido fuertemente influidos por la intervención de la filosofía de Heidegger desde el periodo de entreguerras hasta nuestro día. A pesar del ambiente de anti-humanismo dentro del cual se formó la filosofía de Heidegger, nunca se forjó un nexo más estable y duradero entre el concepto del ser y del ser-humano, incluso bajo la figura reductiva del ser-humano en tanto que Dasein (ahí-ser, o ser-ahí).
Por otro lado, el mismo Heidegger estableció una tajante diferencia entre la noción de ontología entendida como onto-teología y una teología pura. La onto-teología es la idea de un horizonte de seres que admite un máximo o supremo ser, que no implica una diferencia ontológica entre éste y otro típico ser, pues los dos son. Es decir, se puede decir de cada uno que es. En éste sentido, los dos tipos de ser habitan dentro de lo mismo: dentro de lo que es. Pero el ser máximo o supremo aparte tiene la función de ser el suelo y el fundamento de todo el mundo de los seres.
En la ontología entendida como onto-teología, entonces, siempre aparece un ser que hace las veces de un Dios conceptual o una causa en sí y de sí, o cualquier otra noción filosófica que garantice la unidad de un mundo de seres. En cambio, señaló Heidegger, en una teología pura, el ser no es requerido ni como concepto ni como nombre, pues el Dios del que se habla posee su propia vida, muy diferente de toda noción de ser.
Un ontólogo, entendido como onto-teólogo, es entonces un pensador que aún puede y quiere pertenecer al ámbito cultural judeo-cristiano, pues aunque su ser supremo sea un Dios de la filosofía, y no un Dios viviente, el mismo Dios que se enuncia se identifica también con la Deidad hebrea, y/o la Deidad cristiana, y desde la perspectiva histórico-cultural, con todo el cristianismo en tanto que judeo-cristianismo, y con algunas formas filosóficas que incorporan y retoman elementos de la moral cristiana para el judaísmo. Un ejemplo de un pensador de ésta última categoría sería Lévinas.
Ahora, un ontólogo judeo-cristiano, podremos pensar que es Kant, que nunca renegó de la forma cultural judeo-cristiana. Kant distingue, en su Crítica de la Razón Pura, dos tipos de intuición básica: uno hemos de llamarlo espacio, advierte. Otro hemos de llamarlo tiempo. Las intuiciones puras son el encuentro primordial entre el entendimiento humano y una realidad más plena que la realidad aparente, llamada la ‘cosa en sí’. Esta ‘cosa en sí’ rebasa las posibilidades del entendimiento humano, y sin embargo nutre las estructuras indispensables de la realidad humana: espacio y tiempo. Kant jamás proclama que la ‘cosa en sí’ sea el ser, pues su filosofía no pretende ser una metafísica. Pero si todo pensamiento supone implícitamente una realidad decidida como absoluta, entonces esa misma realidad supuesta hace las veces del ser, a pesar de que, el ser sólo es en el existir, es decir, en su emerger como fenómeno. La esencia del ser para Kant, se puede concluir, es la ‘cosa en sí’.
Otro ontólogo judeo-cristiano sin duda debe ser Hegel, quien responde a la cuestión de qué es el ser con la respuesta más recóndita y a la vez más metafórica: el ser es el devenir. La Lógica de Hegel explica cómo la noción vaga de un ser fijo, enteramente pleno de realidad parece tan imposible y carente de vida como una noción absoluta de la nada. Cuando se comparan ambas nociones, la ambigüedad compartida entre ambos términos, su similar plenitud y vaguedad, los conjuga y los hace confundibles: el pensamiento interviene, de lo uno a lo otro, y de vuelta. A estos cambios en y para el pensamiento, Hegel nombra devenir. Por eso la esencia que afirma, define y simultáneamente supera al ser, es el devenir. Esto corresponde con la noción onto-teológica del ser supremo en Hegel: si el dominio del ser, de lo real y material, se une con el dominio del concepto y su idealidad, se vislumbra, en su aspecto objetivo, la idea. La idea, en su aspecto subjetivo tiene el nombre del espíritu. Así, la humanidad en su historia viva es Dios, y Dios en su objetividad, es simultáneamente la idea eterna. Y ambas temporalidades, la histórica-humana y la eterna, son, en su complejidad, la amplificación más radical del ser y de la realidad.
Desde su pensamiento, Adorno, otro pensador que no rehúsa una asociación con el ámbito judeo-cristiano (tendiente más al judaísmo), decide que el ser, tal como puede ser descubierto en sus sublimaciones (como en Hegel), también puede ser descubierto en lo que es aún más básico: a esto, que es aún más sencillo e irreducible, Adorno nombra ‘algo’. En Dialéctica Negativa, el ser es esencialmente ‘algo’, antes de ser la plenitud de ser. El ‘algo’ es cósico, fáctico, óntico y ente; es decir, parecería que el ‘algo’ es material, mas no se afirma la supremacía de lo material, porque Adorno admite la posibilidad de lo espiritual, es decir, lo humano, como duramente real, tan real como cualquier realidad cósica. Para Adorno, que el ser se defina primero como ‘algo’ garantiza el derecho a la diversidad y a la transformación, tanto en la naturaleza, como en el ser-humano, principios claves para una reforma de la ética para el mundo de posguerra. El principio onto-teológico de Adorno, se mantiene recluido bajo una penumbra de teología negativa, donde sólo algunas menciones dan el signo de que no se pronuncia una escatología de la redención.
Y bien, Jean-Luc Nancy, el pensador de la deconstrucción del cristianismo, tarea que implica la reconstrucción y reinvención del insuperable espectro judeo-cristiano, concluye que la esencia del ser es la libertad. Pues en La Experiencia de la Libertad, la libertad y la liberación son las formas específicas de existencia que son más reales en la realidad, o, dicho de otra manera, en el ser. La libertad y la liberación permiten que lo fijo del ser se deshaga, e irrumpa como existencia, siendo esta última una invasión de vida en una realidad que parece constantemente perderla. Siempre la libertad es liberación con respecto a algo, incluso liberación con respecto a sí misma. El ser, entonces, es pensado como la multiplicación de las relaciones, donde previamente no emergían ningunas, o, dicho de otra manera, donde previamente no existían. Como seguidor de Heidegger, Nancy se guarda de identificar un principio de ser único.
Si pudiésemos agregar una nota de conclusión, tendría que ser respecto a la relación entre el judeo-cristianismo y la onto-teología. Parecería que si toda ontología es onto-teología, entonces todo pensamiento que se concierne con la cuestión de qué es el ser, especialmente un pensamiento judeo-cristiano, es onto-teológico. Quien pretende superar la constitución oculta de toda metafísica y toda ontología es Heidegger, ya que no retorna a la postulación de un mundo de seres y de un ser supremo. Heidegger presenta un ser que no es, y que desde esa disposición todavía ontológica, salta a una situación post-metafísica y post-ontológica (es decir, post-onto-teológica). El ser del que habla en la nueva forma de pensamiento en el cual lo humano ha sido superado (un pensamiento suprahumano, en éste sentido), discurre sobre los acontecimientos de un ser que asalta el pensamiento, y que nunca se muestra ni óntica, ni fácticamente. Se trata del mismo ser (Sein), aclara Heidegger, en Aportes a la Filosofía: Acerca del Evento, pero se piensa ahora emancipado de la incomprensión humana, mostrando su lado genuino, este verdadero ser (Seyn). El ser así acaece en tremendas decisiones de la historia de la realidad, o, la historia del ser; dicho acaecer de manifestaciones inesperadas, tiene el nombre de Ereignis, el evento apropiador. Mas no podremos detenernos de pensar que este pensamiento del Seyn y del Ereignis, mucho se parece a una metafísica, no suprahumana, sino inhumana, del Ereignis. Y esta sospecha no carece de fundamento, pues Hegel advirtió, desde su época, que el establecimiento de límites filosóficos implica un conocimiento íntimo de lo que dichos límites separan. Si un pensamiento es post-metafísico y post-ontológico, no puede detener la postulación de agentes que dan sustancia a una realidad, por más recóndita que sea: tal es el caso del Ereignis. Con Heidegger, se trata más bien de una metafísica del Ereignis. Y donde hay una metafísica, con su sustancialismo, hay implícita una teoría de la realidad, es decir, hay implícita una teoría del ser, o una ontología en tanto que onto-teología.
Por otro lado, el mismo Heidegger estableció una tajante diferencia entre la noción de ontología entendida como onto-teología y una teología pura. La onto-teología es la idea de un horizonte de seres que admite un máximo o supremo ser, que no implica una diferencia ontológica entre éste y otro típico ser, pues los dos son. Es decir, se puede decir de cada uno que es. En éste sentido, los dos tipos de ser habitan dentro de lo mismo: dentro de lo que es. Pero el ser máximo o supremo aparte tiene la función de ser el suelo y el fundamento de todo el mundo de los seres.
En la ontología entendida como onto-teología, entonces, siempre aparece un ser que hace las veces de un Dios conceptual o una causa en sí y de sí, o cualquier otra noción filosófica que garantice la unidad de un mundo de seres. En cambio, señaló Heidegger, en una teología pura, el ser no es requerido ni como concepto ni como nombre, pues el Dios del que se habla posee su propia vida, muy diferente de toda noción de ser.
Un ontólogo, entendido como onto-teólogo, es entonces un pensador que aún puede y quiere pertenecer al ámbito cultural judeo-cristiano, pues aunque su ser supremo sea un Dios de la filosofía, y no un Dios viviente, el mismo Dios que se enuncia se identifica también con la Deidad hebrea, y/o la Deidad cristiana, y desde la perspectiva histórico-cultural, con todo el cristianismo en tanto que judeo-cristianismo, y con algunas formas filosóficas que incorporan y retoman elementos de la moral cristiana para el judaísmo. Un ejemplo de un pensador de ésta última categoría sería Lévinas.
Ahora, un ontólogo judeo-cristiano, podremos pensar que es Kant, que nunca renegó de la forma cultural judeo-cristiana. Kant distingue, en su Crítica de la Razón Pura, dos tipos de intuición básica: uno hemos de llamarlo espacio, advierte. Otro hemos de llamarlo tiempo. Las intuiciones puras son el encuentro primordial entre el entendimiento humano y una realidad más plena que la realidad aparente, llamada la ‘cosa en sí’. Esta ‘cosa en sí’ rebasa las posibilidades del entendimiento humano, y sin embargo nutre las estructuras indispensables de la realidad humana: espacio y tiempo. Kant jamás proclama que la ‘cosa en sí’ sea el ser, pues su filosofía no pretende ser una metafísica. Pero si todo pensamiento supone implícitamente una realidad decidida como absoluta, entonces esa misma realidad supuesta hace las veces del ser, a pesar de que, el ser sólo es en el existir, es decir, en su emerger como fenómeno. La esencia del ser para Kant, se puede concluir, es la ‘cosa en sí’.
Otro ontólogo judeo-cristiano sin duda debe ser Hegel, quien responde a la cuestión de qué es el ser con la respuesta más recóndita y a la vez más metafórica: el ser es el devenir. La Lógica de Hegel explica cómo la noción vaga de un ser fijo, enteramente pleno de realidad parece tan imposible y carente de vida como una noción absoluta de la nada. Cuando se comparan ambas nociones, la ambigüedad compartida entre ambos términos, su similar plenitud y vaguedad, los conjuga y los hace confundibles: el pensamiento interviene, de lo uno a lo otro, y de vuelta. A estos cambios en y para el pensamiento, Hegel nombra devenir. Por eso la esencia que afirma, define y simultáneamente supera al ser, es el devenir. Esto corresponde con la noción onto-teológica del ser supremo en Hegel: si el dominio del ser, de lo real y material, se une con el dominio del concepto y su idealidad, se vislumbra, en su aspecto objetivo, la idea. La idea, en su aspecto subjetivo tiene el nombre del espíritu. Así, la humanidad en su historia viva es Dios, y Dios en su objetividad, es simultáneamente la idea eterna. Y ambas temporalidades, la histórica-humana y la eterna, son, en su complejidad, la amplificación más radical del ser y de la realidad.
Desde su pensamiento, Adorno, otro pensador que no rehúsa una asociación con el ámbito judeo-cristiano (tendiente más al judaísmo), decide que el ser, tal como puede ser descubierto en sus sublimaciones (como en Hegel), también puede ser descubierto en lo que es aún más básico: a esto, que es aún más sencillo e irreducible, Adorno nombra ‘algo’. En Dialéctica Negativa, el ser es esencialmente ‘algo’, antes de ser la plenitud de ser. El ‘algo’ es cósico, fáctico, óntico y ente; es decir, parecería que el ‘algo’ es material, mas no se afirma la supremacía de lo material, porque Adorno admite la posibilidad de lo espiritual, es decir, lo humano, como duramente real, tan real como cualquier realidad cósica. Para Adorno, que el ser se defina primero como ‘algo’ garantiza el derecho a la diversidad y a la transformación, tanto en la naturaleza, como en el ser-humano, principios claves para una reforma de la ética para el mundo de posguerra. El principio onto-teológico de Adorno, se mantiene recluido bajo una penumbra de teología negativa, donde sólo algunas menciones dan el signo de que no se pronuncia una escatología de la redención.
Y bien, Jean-Luc Nancy, el pensador de la deconstrucción del cristianismo, tarea que implica la reconstrucción y reinvención del insuperable espectro judeo-cristiano, concluye que la esencia del ser es la libertad. Pues en La Experiencia de la Libertad, la libertad y la liberación son las formas específicas de existencia que son más reales en la realidad, o, dicho de otra manera, en el ser. La libertad y la liberación permiten que lo fijo del ser se deshaga, e irrumpa como existencia, siendo esta última una invasión de vida en una realidad que parece constantemente perderla. Siempre la libertad es liberación con respecto a algo, incluso liberación con respecto a sí misma. El ser, entonces, es pensado como la multiplicación de las relaciones, donde previamente no emergían ningunas, o, dicho de otra manera, donde previamente no existían. Como seguidor de Heidegger, Nancy se guarda de identificar un principio de ser único.
Si pudiésemos agregar una nota de conclusión, tendría que ser respecto a la relación entre el judeo-cristianismo y la onto-teología. Parecería que si toda ontología es onto-teología, entonces todo pensamiento que se concierne con la cuestión de qué es el ser, especialmente un pensamiento judeo-cristiano, es onto-teológico. Quien pretende superar la constitución oculta de toda metafísica y toda ontología es Heidegger, ya que no retorna a la postulación de un mundo de seres y de un ser supremo. Heidegger presenta un ser que no es, y que desde esa disposición todavía ontológica, salta a una situación post-metafísica y post-ontológica (es decir, post-onto-teológica). El ser del que habla en la nueva forma de pensamiento en el cual lo humano ha sido superado (un pensamiento suprahumano, en éste sentido), discurre sobre los acontecimientos de un ser que asalta el pensamiento, y que nunca se muestra ni óntica, ni fácticamente. Se trata del mismo ser (Sein), aclara Heidegger, en Aportes a la Filosofía: Acerca del Evento, pero se piensa ahora emancipado de la incomprensión humana, mostrando su lado genuino, este verdadero ser (Seyn). El ser así acaece en tremendas decisiones de la historia de la realidad, o, la historia del ser; dicho acaecer de manifestaciones inesperadas, tiene el nombre de Ereignis, el evento apropiador. Mas no podremos detenernos de pensar que este pensamiento del Seyn y del Ereignis, mucho se parece a una metafísica, no suprahumana, sino inhumana, del Ereignis. Y esta sospecha no carece de fundamento, pues Hegel advirtió, desde su época, que el establecimiento de límites filosóficos implica un conocimiento íntimo de lo que dichos límites separan. Si un pensamiento es post-metafísico y post-ontológico, no puede detener la postulación de agentes que dan sustancia a una realidad, por más recóndita que sea: tal es el caso del Ereignis. Con Heidegger, se trata más bien de una metafísica del Ereignis. Y donde hay una metafísica, con su sustancialismo, hay implícita una teoría de la realidad, es decir, hay implícita una teoría del ser, o una ontología en tanto que onto-teología.
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