La epistemología se tiene a sí misma como su propio objeto. Cuando pregunta por una cosa, no pregunta qué atributos la componen, qué entelequias la articulan, de qué manera difiere del sujeto; ni siquiera objetos problemáticos como los libros (¿objeto-sujetos?) son de interés estrictamente epistemológico. La pregunta epistemológica ‘¿qué es?’ es equivalente a la pregunta ontológica ‘¿qué es?’ solo formalmente. Pues la epistemología pregunta qué es ‘cosa’ y qué es ‘es’ y qué es ‘¿qué es?’, específicamente en el sentido de cómo es pensable. Una cosa no es simplemente ni una cosa ni un objeto, para la epistemología.
Una cosa – por ejemplo el mar – podría ser la primera ocasión de llegar a ser, y podría parir al cielo para engendrar con él otros hijos: en ese pensamiento la cosa es mítica, está llena de pasión y vitalidad.
Esa misma cosa la epistemología de la física pasaría a descuartizarla así: mar, agua, H2O, hidrógeno, compuesto de moléculas, compuestas de átomos, compuestos de protones, neutrones y electrones; protones compuestos de quarks, o strings (o ambos), y después de eso hay la formalización y el vacío de ecuaciones complejas – una fantasmagoría de coherencias logradas, pero imperfectas. La física pasa de lo concreto-real a la simbología del misterio – un ejemplo extraño de logro epistemológico.
Y también, por ejemplo, que algo ‘es’ puede tener su ocasión en el juicio sobre lo que ‘es solvencia moral’ – que en realidad, dentro de un habla mercantil, significa solvencia económica. Una vez más estamos ante una organización del pensamiento muy específica.
Ya predecimos, por estos ejemplos, cómo la epistemología hace saltos dudosos en términos de ontología: aunque está explayada una concepción de lo real (por ejemplo, el mar), nunca se establece de qué manera esa realidad colinda con el pensamiento para darle forma y organización – nunca hay un paso intermedio entre lo real y lo pensado (Kant intentó este paso intermedio: el ‘esquema’). Lo que importa es que la organización mediante la cual entendemos qué significa ‘es’ y qué significa ‘cosa’ sea coherente consigo misma.
Entonces por ejemplo, Kant enlaza la intuición pura con la intuición impura, con el concepto puro, con el juicio, y de vuelta al derivado de la intuición, luego avanza hacia una síntesis aperceptiva, llena de agentes adicionales: se obtiene una coherencia relativamente estable en la labor de cómo hemos de pensar determinadamente – lo que se construye y se presenta como ‘entendimiento’. La conclusión de Kant nos dice que no hay cosas, solo fenómenos, y que lo que creemos que ‘es’ no es, sino que está disimulado por el límite humano (el humano como límite) – y esto es ‘noumenon’.
Preguntas ontológicas: ¿Qué fue de lo real en la Crítica de la Razón Pura? Algo, sin duda, ¿pero qué? ¿Qué realidad hay en el ‘es’ nouménico? ¿Qué realidad hay en la ‘cosa’ que es el fenómeno? ¿Qué tan real es el entendimiento, si logra divorciar lo trascendental de lo psicológico?
Objeción epistemológica: ¿pero acaso la predisposición psicosomática es equivalente al intelecto? No podría serlo.
Ontología: pero, una vez más, ¿qué realidad sólida tiene esta división? Ciertamente es necesaria, emancipatoria y oportuna; ¿pero es real? ¿el sentido de su ser real es tal que podríamos decir que es verdad y no solo coherente? ¿el sentido de su ser real es tal que podríamos decir que dicha división es tal que ‘es’ en el sentido de ser?
Ahora, entonces, nuestras preguntas comienzan a delimitarse de acuerdo a un campo de objetos: la realidad, lo real, lo que es, lo que es ser, el ser, lo otro que ser, lo real verdadero, lo real bueno, lo que existe, la existencia, el existenciarse, el esenciarse, la realidad de una idea, la realidad de una esencia, etc. Toda esta última línea temática es ontológica.
Ya no hay la apertura de explorar las maneras de pensar lo pensable para luego encontrar coherencia, sin importar la realidad del asunto (epochê), como en epistemología. Comienzan las ontologías y comienzan las exploraciones de los diversos principios de realidad – se hace posible el juicio del grado de realidad de una teoría. Para una ontología estricta, el ser en cuanto tal nunca fue escuchado, pues no es objeto auditivo, ni siquiera es ‘auditivo’ para el pensamiento. Por una parte es pensable de muchas maneras epistemológicas: el ser es uno o es múltiple, o ambos o ninguno. Por otra parte se usa el término ‘ser’ como guía para encontrar lo real, lo que es – ni siquiera podremos decir, en ontología, que el ser es diferente del ‘no-ser’, pues como descubrió Platón (sin comprenderlo), el ‘no-ser’ es una manera de pensar la realidad de la negación lógica y finalmente ontológica.
La ontología, así, a diferencia de la epistemología, no queda envuelta en su propio impulso de combinación conceptual y recogimiento hacia la coherencia. La ontología busca hacia fuera de sí misma, hacia lo real – un esfuerzo con tintes dialécticos, sin duda. Los resultados ontológicos son concretos, palpables para un pensamiento que se sabe ante la inmensidad de lo real.
Una cosa – por ejemplo el mar – podría ser la primera ocasión de llegar a ser, y podría parir al cielo para engendrar con él otros hijos: en ese pensamiento la cosa es mítica, está llena de pasión y vitalidad.
Esa misma cosa la epistemología de la física pasaría a descuartizarla así: mar, agua, H2O, hidrógeno, compuesto de moléculas, compuestas de átomos, compuestos de protones, neutrones y electrones; protones compuestos de quarks, o strings (o ambos), y después de eso hay la formalización y el vacío de ecuaciones complejas – una fantasmagoría de coherencias logradas, pero imperfectas. La física pasa de lo concreto-real a la simbología del misterio – un ejemplo extraño de logro epistemológico.
Y también, por ejemplo, que algo ‘es’ puede tener su ocasión en el juicio sobre lo que ‘es solvencia moral’ – que en realidad, dentro de un habla mercantil, significa solvencia económica. Una vez más estamos ante una organización del pensamiento muy específica.
Ya predecimos, por estos ejemplos, cómo la epistemología hace saltos dudosos en términos de ontología: aunque está explayada una concepción de lo real (por ejemplo, el mar), nunca se establece de qué manera esa realidad colinda con el pensamiento para darle forma y organización – nunca hay un paso intermedio entre lo real y lo pensado (Kant intentó este paso intermedio: el ‘esquema’). Lo que importa es que la organización mediante la cual entendemos qué significa ‘es’ y qué significa ‘cosa’ sea coherente consigo misma.
Entonces por ejemplo, Kant enlaza la intuición pura con la intuición impura, con el concepto puro, con el juicio, y de vuelta al derivado de la intuición, luego avanza hacia una síntesis aperceptiva, llena de agentes adicionales: se obtiene una coherencia relativamente estable en la labor de cómo hemos de pensar determinadamente – lo que se construye y se presenta como ‘entendimiento’. La conclusión de Kant nos dice que no hay cosas, solo fenómenos, y que lo que creemos que ‘es’ no es, sino que está disimulado por el límite humano (el humano como límite) – y esto es ‘noumenon’.
Preguntas ontológicas: ¿Qué fue de lo real en la Crítica de la Razón Pura? Algo, sin duda, ¿pero qué? ¿Qué realidad hay en el ‘es’ nouménico? ¿Qué realidad hay en la ‘cosa’ que es el fenómeno? ¿Qué tan real es el entendimiento, si logra divorciar lo trascendental de lo psicológico?
Objeción epistemológica: ¿pero acaso la predisposición psicosomática es equivalente al intelecto? No podría serlo.
Ontología: pero, una vez más, ¿qué realidad sólida tiene esta división? Ciertamente es necesaria, emancipatoria y oportuna; ¿pero es real? ¿el sentido de su ser real es tal que podríamos decir que es verdad y no solo coherente? ¿el sentido de su ser real es tal que podríamos decir que dicha división es tal que ‘es’ en el sentido de ser?
Ahora, entonces, nuestras preguntas comienzan a delimitarse de acuerdo a un campo de objetos: la realidad, lo real, lo que es, lo que es ser, el ser, lo otro que ser, lo real verdadero, lo real bueno, lo que existe, la existencia, el existenciarse, el esenciarse, la realidad de una idea, la realidad de una esencia, etc. Toda esta última línea temática es ontológica.
Ya no hay la apertura de explorar las maneras de pensar lo pensable para luego encontrar coherencia, sin importar la realidad del asunto (epochê), como en epistemología. Comienzan las ontologías y comienzan las exploraciones de los diversos principios de realidad – se hace posible el juicio del grado de realidad de una teoría. Para una ontología estricta, el ser en cuanto tal nunca fue escuchado, pues no es objeto auditivo, ni siquiera es ‘auditivo’ para el pensamiento. Por una parte es pensable de muchas maneras epistemológicas: el ser es uno o es múltiple, o ambos o ninguno. Por otra parte se usa el término ‘ser’ como guía para encontrar lo real, lo que es – ni siquiera podremos decir, en ontología, que el ser es diferente del ‘no-ser’, pues como descubrió Platón (sin comprenderlo), el ‘no-ser’ es una manera de pensar la realidad de la negación lógica y finalmente ontológica.
La ontología, así, a diferencia de la epistemología, no queda envuelta en su propio impulso de combinación conceptual y recogimiento hacia la coherencia. La ontología busca hacia fuera de sí misma, hacia lo real – un esfuerzo con tintes dialécticos, sin duda. Los resultados ontológicos son concretos, palpables para un pensamiento que se sabe ante la inmensidad de lo real.