El colapso de la apariencia de totalidades absolutas, aun no nos permitirá concluir que el ser está permeado por el no-ser, como si se tratara de una negación del ser. De hecho el no-ser dista mucho de ser una entidad lógica, cuya función sería simplemente negar. Se trata, más bien, de una determinación ontológica que inicialmente alude a algo.
Aquí, la postulación ontológica funciona como hipóstasis, ya que algo es encubierto bajo el signo del no-ser. Ese algo es, según demuestra el Eleático, la realidad esencial de las relaciones –la dialéctica– en el mundo, en el pensamiento, e, inusualmente para Platón, en las ideas.
Es razonable pensar que un algo negativo, pero real, se despliega a través de la realidad en multiplicidades aisladas o entretejidas. Mas no podremos compartir la proyección de exterioridad que el platonismo impone sobre la expresión del algo que es el no-ser. El no-ser tampoco es, ni debería ser, absoluto: ese algo, precisamente porque es no-ser, es negativo, e implica para nosotros, hoy, una negatividad plena, de tal manera que el no-ser se ve disuelto en una de las nociones contemporáneas de ‘nada’.
Sabemos, por Sartre, que una nada siempre es nada de algo. Para nosotros, similarmente, el no-ser cumple la función de un significante esencial, de tal manera que todo pensamiento otro que cae bajo la estructura de la nada determinada, o, dicho de otra manera, bajo el rubro del no-ser. Un pensamiento que busca experimentarse en el no-ser encuentra las cosas que son aludidas muy específicamente en El Sofista: este pensamiento conforma una batería de géneros dialécticos, cada uno, según nuestra experiencia, subordinada al signo del no-ser.
Platón nos guía en esta antigua dialéctica, pero nosotros la encontramos, en tanto que antigua, nueva – lo cual realmente significa: en tanto que “nueva”, histórica y en el ahora-tiempo, proveniente de un pasado inimaginable, paralelamente.
El primer género dialéctico es ser: si cada pensamiento determina a otras cosas en tanto que ser, entonces constantemente está definiéndolas como un ser más; pues pensar “ser” de un ser, no es pensar un único ser. Aquí puede distinguirse que el ser es conceptual, para nosotros, y precisamente porque habita el pensamiento bajo el signo de no-ser, implica múltiples dobleces de negatividad, en el identificar, y simultáneamente negar, su carácter de “ser”. Finalmente, parece no haber cosa que sea un ser, no en la realidad; pero en la experiencia del pensamiento, debe haberlo, aunque también llegue a retraerse de su “ser” ser.
El segundo género dialéctico es movimiento. El movimiento se acerca a la más idónea instancia de lo que la negatividad del no-ser pretende hacer efectuar y también anular: pues aun las esencias parecen fortuitas por el movimiento de sus ocasiones de realidad e irrealidad. Se ha dicho que lo que no se mueve es el movimiento, pero esto, bajo el signo del no-ser, no es verdadero: se experimenta, histórico-temporalmente, la presencia de un “detrás” del pensamiento, donde ocurren parálisis del movimiento dialéctico – un efímero inmovimiento del movimiento – que llegan a cumplir o no un fin dialéctico. Se trata, pues, de una de las expresiones más plenas de la negatividad.
El tercer género dialéctico es el reposo. El reposo es, para el pensamiento, un manto de falsedad, que, en cuanto tal, es necesario, aunque sea momentáneamente. El reposo hace posible la identificación de los movimientos. Es decir, sin la hipóstasis del reposo, el movimiento no sería pensable: se requiere una representación dialéctica, aparentemente detenida, para siquiera alcanzar la inconstancia del movimiento – especialmente la del pensamiento. Se ha hablado de la imagen dialéctica: en tanto imagen, parece arrestar la dialéctica – aunque, para nosotros, su verdad negativa consiste en quebrar el momento ilusorio de sí misma. Es decir, el reposo, bajo el signo del no-ser, destruye el reposo, y desublima al mismo no-ser, acercándolo, en tanto que pensable, a lo fáctico.
El cuarto género dialéctico es lo mismo. Lo mismo, entendido como un giro del no-ser, es cada vez lo mismo. El tiempo del pensamiento nos informa que “cada vez” es un turno, y un momento separado de sí mismo. Por no ser inmediatamente esencial, lo mismo no es lo eterno, y permanece discontinuo. Su negatividad consiste en ocultar esta discontinuidad, en aparentar que las partidas del pensamiento permanecen bajo una esencia eterna, pero disfrazada de lo diferente. Lo mismo tiene así, un efecto mistificador: nunca es, en cuanto un no-ser del pensamiento, lo diferente. Pero tampoco lo mismo logra ser lo mismo: lo mismo es la necesaria distribución de hechos que mantienen intacto el pensamiento en su negatividad. Y lo mismo es la negación efectiva, pero no siempre reconocida, de toda esencia, que ante lo mismo parece falsamente omnipresente, sólo para después mostrarse como incidental.
El quinto género dialéctico es lo diferente. En su afán de ver al pensamiento eleático liberarse de sí mismo, Platón también busca violentar el sentimiento que fundamenta la antigua ontología del conocimiento, donde lo mismo exclusivamente conoce lo mismo. Para ello nos ofrece lo diferente. Platón busca salir de su ámbito histórico, pero se confunde por el enigma del signo ‘no-ser’. Cree que lo diferente participa del no-ser, y que el no-ser es lo diferente. Estas relaciones de reciprocidad, sin embargo, no son absolutas, sino determinadas. Hoy comprendemos que el no-ser no tiene representación absoluta, sino parcial, en lo diferente: pues lo diferente nombra abstractamente al otro y a lo otro – lo diferente mantiene la diferencia y, paradójicamente, la similitud, entre un otro humano, como una persona, y un otro más que humano como el pensamiento, o la realidad. Lo diferente entreteje cada cosa con la cosa que funge de aspecto de la realidad: el principio de realidad personal, con el principio de realidad fáctico, con el principio de realidad intelectual. Lo diferente es la bisagra del pensamiento filosófico moderno: es aquello que concretamente suelta la dialéctica a sus propias consecuencias, ya sea como el aumento de problemas conceptuales y socio-históricos, y/o como el acrecentamiento racional de soluciones para esos mismos problemas.
Es preciso reconocer que, para nosotros, en el ahora-tiempo, los géneros dialécticos de El Sofista resultan suficientes como la experiencia de múltiples otredades determinadas, y no absolutas. Pues el ahora no es eterno. Menos eterno aun, es el pasado otro de El Sofista, que nos provoca la autoconciencia activa de que nada nos une con la antigüedad – una nada de algo: de tiempo, de sol, de mar, de lenguaje y de pensamiento, que no es nuestro, hasta que lo experimentamos como un saludo a lo que ahora precisamente no-es – excepto en la sustitución que somos nosotros.
Aquí, la postulación ontológica funciona como hipóstasis, ya que algo es encubierto bajo el signo del no-ser. Ese algo es, según demuestra el Eleático, la realidad esencial de las relaciones –la dialéctica– en el mundo, en el pensamiento, e, inusualmente para Platón, en las ideas.
Es razonable pensar que un algo negativo, pero real, se despliega a través de la realidad en multiplicidades aisladas o entretejidas. Mas no podremos compartir la proyección de exterioridad que el platonismo impone sobre la expresión del algo que es el no-ser. El no-ser tampoco es, ni debería ser, absoluto: ese algo, precisamente porque es no-ser, es negativo, e implica para nosotros, hoy, una negatividad plena, de tal manera que el no-ser se ve disuelto en una de las nociones contemporáneas de ‘nada’.
Sabemos, por Sartre, que una nada siempre es nada de algo. Para nosotros, similarmente, el no-ser cumple la función de un significante esencial, de tal manera que todo pensamiento otro que cae bajo la estructura de la nada determinada, o, dicho de otra manera, bajo el rubro del no-ser. Un pensamiento que busca experimentarse en el no-ser encuentra las cosas que son aludidas muy específicamente en El Sofista: este pensamiento conforma una batería de géneros dialécticos, cada uno, según nuestra experiencia, subordinada al signo del no-ser.
Platón nos guía en esta antigua dialéctica, pero nosotros la encontramos, en tanto que antigua, nueva – lo cual realmente significa: en tanto que “nueva”, histórica y en el ahora-tiempo, proveniente de un pasado inimaginable, paralelamente.
El primer género dialéctico es ser: si cada pensamiento determina a otras cosas en tanto que ser, entonces constantemente está definiéndolas como un ser más; pues pensar “ser” de un ser, no es pensar un único ser. Aquí puede distinguirse que el ser es conceptual, para nosotros, y precisamente porque habita el pensamiento bajo el signo de no-ser, implica múltiples dobleces de negatividad, en el identificar, y simultáneamente negar, su carácter de “ser”. Finalmente, parece no haber cosa que sea un ser, no en la realidad; pero en la experiencia del pensamiento, debe haberlo, aunque también llegue a retraerse de su “ser” ser.
El segundo género dialéctico es movimiento. El movimiento se acerca a la más idónea instancia de lo que la negatividad del no-ser pretende hacer efectuar y también anular: pues aun las esencias parecen fortuitas por el movimiento de sus ocasiones de realidad e irrealidad. Se ha dicho que lo que no se mueve es el movimiento, pero esto, bajo el signo del no-ser, no es verdadero: se experimenta, histórico-temporalmente, la presencia de un “detrás” del pensamiento, donde ocurren parálisis del movimiento dialéctico – un efímero inmovimiento del movimiento – que llegan a cumplir o no un fin dialéctico. Se trata, pues, de una de las expresiones más plenas de la negatividad.
El tercer género dialéctico es el reposo. El reposo es, para el pensamiento, un manto de falsedad, que, en cuanto tal, es necesario, aunque sea momentáneamente. El reposo hace posible la identificación de los movimientos. Es decir, sin la hipóstasis del reposo, el movimiento no sería pensable: se requiere una representación dialéctica, aparentemente detenida, para siquiera alcanzar la inconstancia del movimiento – especialmente la del pensamiento. Se ha hablado de la imagen dialéctica: en tanto imagen, parece arrestar la dialéctica – aunque, para nosotros, su verdad negativa consiste en quebrar el momento ilusorio de sí misma. Es decir, el reposo, bajo el signo del no-ser, destruye el reposo, y desublima al mismo no-ser, acercándolo, en tanto que pensable, a lo fáctico.
El cuarto género dialéctico es lo mismo. Lo mismo, entendido como un giro del no-ser, es cada vez lo mismo. El tiempo del pensamiento nos informa que “cada vez” es un turno, y un momento separado de sí mismo. Por no ser inmediatamente esencial, lo mismo no es lo eterno, y permanece discontinuo. Su negatividad consiste en ocultar esta discontinuidad, en aparentar que las partidas del pensamiento permanecen bajo una esencia eterna, pero disfrazada de lo diferente. Lo mismo tiene así, un efecto mistificador: nunca es, en cuanto un no-ser del pensamiento, lo diferente. Pero tampoco lo mismo logra ser lo mismo: lo mismo es la necesaria distribución de hechos que mantienen intacto el pensamiento en su negatividad. Y lo mismo es la negación efectiva, pero no siempre reconocida, de toda esencia, que ante lo mismo parece falsamente omnipresente, sólo para después mostrarse como incidental.
El quinto género dialéctico es lo diferente. En su afán de ver al pensamiento eleático liberarse de sí mismo, Platón también busca violentar el sentimiento que fundamenta la antigua ontología del conocimiento, donde lo mismo exclusivamente conoce lo mismo. Para ello nos ofrece lo diferente. Platón busca salir de su ámbito histórico, pero se confunde por el enigma del signo ‘no-ser’. Cree que lo diferente participa del no-ser, y que el no-ser es lo diferente. Estas relaciones de reciprocidad, sin embargo, no son absolutas, sino determinadas. Hoy comprendemos que el no-ser no tiene representación absoluta, sino parcial, en lo diferente: pues lo diferente nombra abstractamente al otro y a lo otro – lo diferente mantiene la diferencia y, paradójicamente, la similitud, entre un otro humano, como una persona, y un otro más que humano como el pensamiento, o la realidad. Lo diferente entreteje cada cosa con la cosa que funge de aspecto de la realidad: el principio de realidad personal, con el principio de realidad fáctico, con el principio de realidad intelectual. Lo diferente es la bisagra del pensamiento filosófico moderno: es aquello que concretamente suelta la dialéctica a sus propias consecuencias, ya sea como el aumento de problemas conceptuales y socio-históricos, y/o como el acrecentamiento racional de soluciones para esos mismos problemas.
Es preciso reconocer que, para nosotros, en el ahora-tiempo, los géneros dialécticos de El Sofista resultan suficientes como la experiencia de múltiples otredades determinadas, y no absolutas. Pues el ahora no es eterno. Menos eterno aun, es el pasado otro de El Sofista, que nos provoca la autoconciencia activa de que nada nos une con la antigüedad – una nada de algo: de tiempo, de sol, de mar, de lenguaje y de pensamiento, que no es nuestro, hasta que lo experimentamos como un saludo a lo que ahora precisamente no-es – excepto en la sustitución que somos nosotros.